86. Retornar

Escampa, los colores cálidos de la tarde se resguardan detrás de las montañas lejanas en el horizonte. Al separarse hacia el norte, las montañas son bastiones de una canaleta contenida por un casco urbano que las costra casi hasta la cima. Queda un tul azul grisiento iluminando el escenario donde retornan los transeúntes al terminar su jornada laboral.

En las aceras de los carriles de la autopista debajo y a ambos lados de la estación del metro, cientos de personas hacen filas para abordar buses que llegan repletos. Arriba la estación está cerrada. La gente llega a la reja, mira adentro, algunos piden razones a los funcionarios del otro lado; nadie hace muecas, todos quizá gesticulan íntimamente, porque su cuerpo debe economizar la poca vitalidad restante para el camino largo de regreso a casa: descender tres municipios para llegar a donde está funcionando el metro.

Los que vamos hacia el norte bajamos al carril con dirección a la ciudad cinturón, ciudad industrial para unos, y ciudad dormitorio aún para otros, que en este momento retornan como nosotros, pero desde dentro hacia la periferia del área metropolitana. Al descender de las rampas los buses siguen atiborrados. Algunos mientras conseguirían un puesto de bus pueden caminar hasta la próxima estación, otros, ni eso pueden considerar porque el dinero que poseen está dispuesto en una tarjeta exclusiva para el sistema metro.

Una fila india de caminantes se forma en el delgado anden de la autopista hacia el norte. Los que avanzan más rápido son hombres mayores que van de jeans anchos, chaquetas frescas y morrales. Rebasan fácil a señoras acompañadas por púberes y a jóvenes que se distraen con el paisaje. Al norte se ven diminutos edificios que erosionan en el centro del valle, apenas prenden algunas luces para funcionar como farol guía.

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