81. Busca de inspiración

Como cada vez que ella se queda atrás, absorta en inexplicables detalles, Luciano tensa las piernas, pone los brazos en clavado, flexiona lento el ángulo de la columna hasta alanzar la grama con la palma de las manos. Respira profundo, lento, prolongado, hasta que su mamá en silencio le alcanza, seducida ya por otro valor del universo inentendible para Luciano.

A él siempre le horroriza, entonces reanuda a paso enérgico motivado por la impudicia que le provoca su madre. Luciano adelanta por su lado del camino de ambos, entonando la letra que a fuerza de garganta mejor hace retumbar al cerebro, resetear, clarear para olvidar a la madre lo que dure la saliva.

Abajo dejan los suburbios. Testimonian al sol sangrar en el horizonte y negar el calor a la urbe abajo, refrigerada por el hollín suspendido. Adelante las tribus de ranchos están más dispersas, menguan los postes de alumbrado y aparecen improvisadas canalizaciones de inmundicias. El valle sobre la montaña es desalentador. Es limbo entre lo urbano y rural. Es miseria de purgatorio. No le ampara ley metafísica que estructure cuerpo, objetos y territorio.

Luciano espera flexionado. Entre las piernas ve a mamá al revés que se acerca escarbando con el zapato los objetos incrustados en la tierra. Pasa primero por tapas de cerveza, retazos de tela, jeringuillas. Luego barre alrededor de un tubo de plástico fosforescente. Desaparecido el rojo de las nubes, queda un mar de aire azul que ilumina el naranja de la tierra, oscurece la grama, prende lúgubre el horizonte y hace al tubo descubierto parecer parte de un tesoro encantado.

-¡Esto es! -grita la mujer. No eran los colores del crepúsculo. Objetos, luz yéndose, iluminación en hogares. Te dije que hoy tendría la idea para la pintura.

-Entonces podemos regresar -enuncia el chico al revés.

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