78. Camino de regreso

Iba con R. y me habló sobre cómo pasamos el tiempo, y calculamos la densidad de la vida, en medida del paso de los objetos por nuestras manos. Yo le apunté sobre cómo sería si uno de esos objetos fuera el lápiz para medir ciertas magnitudes de la escritura. A páginas escritas por el carboncillo mayor el agotamiento de la madera. Fin de la utilidad del lápiz.

Seguíamos a paso firme por la misma acera.

Me dijo al rato que ese desgaste no es ni mecánico ni universal. ¿Que acaso un legajo que requiera una veintena de lápices sería igual de diciente que un legajo de las mismas páginas escrito con cincuenta lápices? Que si se dice: tantos cuadernos, equivalen a ciertos cuántos lápices, sería una medida que apunta a más cosas que el cumplimiento del ciclo útil de dos objetos. Era un asunto que apunta a múltiples cosas. Sería la medida de la pulsión maníaca de sacar la punta, del uso de las cuchillas; sería la evidencia del despellejo lento de un esfuerzo humano en cosecha de uno nuevo. Las veces que se acaba la punta por número de páginas escritas sería la medida de algo más pudoroso. Para R. las páginas escritas representarían, casi como la sabana húmeda después del coito, el padecimiento del escritor que sofoca, aprieta, punza y pronto desaparece la punta. Más lápiz, pocas páginas.

Cuando lo decía tardó cada vez más entre frase y frase. Al final necesitaba detener el paso, tomar aire. Al fondo nada cambiaba, seguíamos la misma acera. Los locales nos seguían exhibiendo sus grafitis.

O, agregó más adentro del camino, sería la medida del escritor pudoroso con café siempre en la mesa, que esquivo, nervioso de la página blanca, pasa más tiempo afilando la punta afilada. Más lápiz, cero páginas.

Comentarios

  1. Los lápices son para dibujar. Uno escribe a tinta, o muerte.

    Tan bueno leerte.

    Un abrazo.

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