75. Peter

Al regreso de mamá, dejamos la casa compartida con familiares de papá. Vinimos a un edificio ubicado al inicio de una loma. La entrada es un parqueadero, un área llana, paralela a la loma, donde se tiene impresión de que se hunde el asiento del edificio. Al ascender, la loma conforma una pared lateral del parqueadero. La pared es mohosa sobre el cemento que la resana y arriba, en el ángulo donde pasa de cemento a pavimento, hay una hendidura donde la naturaleza con mayor furor brega por existir.

Del parqueadero van las escaleras a la primera planta de apartamentos. Este piso lo compartimos con los arrendadores, dos viejos solitarios. El viejo tiene un pequeño taller de bicicletas que ocupa su zaguán y parte del corredor de nosotros los de la primera puerta. En las mañanas iba hasta el fondo del pasillo para inflar los neumáticos de mi bicicleta o tensionar la cadena. Un pájaro acompañaba al viejo mientras atendía el taller. Caminaba entre las herramientas como en un campo de obstáculos. Cuando el viejo se agachaba se montaba al hombro y de ahí volaba hacia las vitrinas que exhiben los repuestos. Hacía los circuitos sin pausa. Una vez fui poco antes del anochecer y no vi al pájaro. Le pregunté por él al viejo.
— Peter —dijo receloso—. Le están dando la cena.
Un sábado por la mañana llegó Pipe arrastrando su bicicleta para ir a montar. Traía los neumáticos chuzados. Esperaba que el viejo los reparara. Pero el taller estaba cerrado. Tocamos la puerta en vano varios minutos. Nos fuimos a otro taller y montamos hasta anochecer. Al regresar había un letrero enterrado en la hendidura de maleza en el ángulo de la pared. Fui por una linterna y desde las escaleras alumbré. “Acá descansa Peter” anuncia el letrero.

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