Sin dejar de estar en cuclillas da un paso más a la orilla. Sumerge la
rama. Van al centro de la corriente otros cientos de renacuajos. Saca la rama.
Inmóvil mira las criaturitas aún dudosas de seguir la manada hacia el caudal
del río. Empieza a llover. Las gotas vuelven temblorosa la superficie ocultando
cualquier rastro. El niño se pone de pie y corre montaña arriba, llega a la
cima y sin aminorar el paso empieza a descender por un caminito, cada vez a
mayor velocidad. Trescientos metros abajo ve a cinco hombres armados rodeando a
otro de sombrero de paja y machete. Atento al grupo, camina por entre los
árboles al extremo del camino. Uno de los hombres da dos pasos atrás mientras
alza el fusil hasta alinearlo con la frente del hombre de sombrero de paja. El
niño avanzar sigiloso entre las ramas. Aún con el cañón en la mirada, el hombre
custodiado empieza a desabotonarse la camisa. Otro hombre armado se alista frente
a la espalda que se desnuda para refregarle las goteras recién caídas, presionarle
la piel que entra en las axilas, girarlo de cara y hundirle los pulgares en los
trapecios, alejarse un paso y examinar la totalidad del torso. Siguen las
pisadas del infante. Otro hombre que no había actuado le quita el sombrero de
paja con un golpe. Le habla con gesto agresivo. El hombre custodiado se quita
las botas, se desabrocha el cinturón. Cae el machete en su funda, luego los
pantalones. Otro hombre recoge las prendas. Arrancan los cinco montaña arriba.
Quien sostiene entre los brazos la ropa se regresa. Patea al hombre desnudo. Mientras
cae, el hombre que va a la vanguardia dispara dándole al desnudo el impulso
necesario para rodar camino abajo hasta detenerse, enlodado, a centímetros del
niño.
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