68. Se acercaba la brizna

         Todos frenaron en la tienda. Mientras se quitaban los cascos, Checho salió directo hacia donde Mango con una hoja en la mano gritándoles:
         - Váyanse, váyanse.
         Mango le atendió desde su tranquilidad de obeso.
         - La cosa está caliente, en esta lista están todos ustedes, los motonetos, dicen que les van a cobrar las motos de la Marucho -agregó pálido.
         Su mamá y su hermana estaban dormidas. Káka entró a su cuarto. Miró por la ventana. La ladera al otro lado de la ciudad mostraba cuadriculadas de luces titilantes. Estas le recordaron las calles donde acababa de triunfar. El titilo le hacía más dificultoso confeccionar el relato de su audacia, menester para su entendimiento circunstancial. Sin embargo, sabía, nadie nada podía desmeritar el hecho: había honrado el carisma de Mango.
         Káka fue el primero en desembocar a la autopista y mantuvo su puesto. Arriba cuando se preparaban ningún motociclista esperó que él liderara la caravana de regreso al barrio. Apenas este sábado se unía a la caravana con esta moto. Todos sabían que la rx100 había pasado por Mango, y entonces podría correr más que una 115 o una 125 o una 150 por cilindrádamente imposible que sonara. Káka no insinuaba ser un defraude severo pero tampoco ser tan osado como para ni dejar morder el humo de la rx100 a los otros pilotos más experimentados.
         Desde la ventana escuchó en los techos cómo se acercaba la brizna. Pensó en Mango, este tan seguro siempre tanto de la rx100 como de Káka. Decidido fue al otro cuarto.
         - Madre, madre -le dijo oprimiéndole los dedos intercalada y suavemente.
         Ella giró el rostro hacia él.
         - Necesito que me ayudes.
         De inmediato ella se sentó.
         - Dime, dime -dijo aún sin abrir bien los ojos.
         - Necesito irme de este barrio, nadie puede verme. Consígueme un taxi.

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