60. Techo y pijama

Inmediatamente terminó de escribir la última letra saltó sobre la cama. Eran las cuatro y cuarenta de la tarde. Desde ese momento su vida entró en eterno aletargamiento. Cuando despertó era de noche. Fue a la cocina, cogió dos panes tajados y regresó a la cama. Sentado al borde del colchón los comió de a pequeños mordiscos. Mientras, la luz de la calle hacía un espectáculo en las paredes y en el techo. Se recostó y miró el techo hasta que este le regresó el sueño absorbido hace unos minutos. Se despertó en plena madrugada, aún sin señas de alba, dio una ronda por la cocina, miró un momento por las ventanas traseras. Contó cinco trayectos verticales de gotas de rocío. Regresó a la cama y frotó suavemente su pijama. Se despertó cuando las luces del día calentaban su habitación. Dio una ronda por la casa, miró los panes, volvió a la cama sin alguno. Empezó a implorar sueño mirando al techo mientras frotó su pijama -una camisa lo suficientemente vieja como para ser de una tela suave, una pantaloneta lo suficientemente suave como para conseguir sueño al contacto-. Frotando y siendo beneficiado por el techo fue en trayecto directo al sueño. Abrió los ojos y había un espectáculo de luces en la habitación. Se levantó, fue a dar una ronda por la cocina, miró el paquete de panes y siguió hasta las ventanas traseras. Contó cinco trayectos de gotas de rocío por el vidrio. Tocó la pantaloneta con la mano. Puso la palma, frotó tres veces, puso la parte superior de la mano y frotó tres veces. Fue hacia su habitación, pasó por la cocina, miró sin detenerse el paquete de panes. Desde la puerta dio dos pasos enérgicos, saltó sobre la cama, miró al techo, frotó su pijama…

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