Inmediatamente
terminó de escribir la última letra saltó sobre la cama. Eran las cuatro y
cuarenta de la tarde. Desde ese momento su vida entró en eterno aletargamiento.
Cuando despertó era de noche. Fue a la cocina, cogió dos panes tajados y
regresó a la cama. Sentado al borde del colchón los comió de a pequeños
mordiscos. Mientras, la luz de la calle hacía un espectáculo en las paredes y
en el techo. Se recostó y miró el techo hasta que este le regresó el sueño
absorbido hace unos minutos. Se despertó en plena madrugada, aún sin señas de
alba, dio una ronda por la cocina, miró un momento por las ventanas traseras. Contó
cinco trayectos verticales de gotas de rocío. Regresó a la cama y frotó
suavemente su pijama. Se despertó cuando las luces del día calentaban su
habitación. Dio una ronda por la casa, miró los panes, volvió a la cama sin
alguno. Empezó a implorar sueño mirando al techo mientras frotó su pijama -una
camisa lo suficientemente vieja como para ser de una tela suave, una
pantaloneta lo suficientemente suave como para conseguir sueño al contacto-. Frotando
y siendo beneficiado por el techo fue en trayecto directo al sueño. Abrió los
ojos y había un espectáculo de luces en la habitación. Se levantó, fue a dar
una ronda por la cocina, miró el paquete de panes y siguió hasta las ventanas
traseras. Contó cinco trayectos de gotas de rocío por el vidrio. Tocó la
pantaloneta con la mano. Puso la palma, frotó tres veces, puso la parte
superior de la mano y frotó tres veces. Fue hacia su habitación, pasó por la
cocina, miró sin detenerse el paquete de panes. Desde la puerta dio dos pasos enérgicos,
saltó sobre la cama, miró al techo, frotó su pijama…
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