54. ¿Celebración o toque de queda?

Por el calor de las piernas y el tallón de la correa bajo el ombligo Johnfer se despierta. Hasta los zapatos del colegio tiene puestos. Está en la cama de su hermanita. Su habitación está ocupada por unos primitos que desde la madrugada lograron hacerse nido. Afuera sigue la música, olor a leña y voces de borrachos.
         El jueves en la noche su papá decidió celebrar. Celebrar, Johnfer no sabe qué y le parece que papá tampoco. Este hizo que cerraran la calle en las esquinas, de poste a poste. Armó una carpa frente a la acera. Allí instalaron el equipo de sonido con sus inmensos bafles y un viejo armario de madera oscura al que antes de sacar encomendaban en oración a una virgen.
         Lo guardado en el armario también era desconocido para Jonhfer. Escuchó la oración, vio a los ocho hombres trasladándolo y complementó, como siempre, con su imaginación. El niño que al mueble se acercaba, inmediato recibía regaño.
         Cuando estuvo toda la calle preparada y sonaba la primer canción de la celebración, el papá de Johnfer disparó a cada una de las lámparas del alumbrado público. Por eso sabe que la celebración sigue, que no irá al colegio, que va a quitarse la ropa y seguir durmiendo.
         Cuando se quitó la ropa sintió el tremendo frío del día. Día gris preciso para estar en cama. Pocos tienen mi suerte de hoy, se dijo. Cerró los ojos. Despertó al anochecer. Afuera todo seguía igual. Música, olor a leña, borrachos, frío. Encontró a su abuela cocinando, comió y regresó a la cama. Para qué asomarse a la calle.
         El lunes camino a la escuela pensaba en las posibles tareas no hechas.  En clases todo seguía tal como terminó el jueves. Era como si el vienes todos hubieran estado celebrando.

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