51. Una alternativa

         Transita en zigzag, a gran velocidad por calles de doble vía. El Renault 9 va ansioso, rebasando motos, carros, busetas, bicicletas, como si estos fueran a quitarle la plaga de transeúntes que esperan en las aceras.
         Sin importar que le hagan seña con el brazo, el Renault frena mientras abre la puerta  trasera 
derecha. La gente de la acera, dudosa, termina por unirse al aglomerado de carne, trapos y olores de final de jornada que viaja. El conductor acelera apenas el segundo pie de quien se monta suelta el suelo. La puerta se cierra cuando ya se ha reiniciado la marcha.
         Por fuera del Renault, llama la atención que el bómper esté casi rozando el asfalto. Por dentro, llama la atención que cinco personas viajen en los asientos traseros y dos adelante, al lado del conductor. También es llamativa en esta escena la púber cara del conductor, quien probablemente no pasa de los diecisiete años de edad.
         No hay escapatoria a lo cómico de hecho. A parte de lo gracioso de los renault’s al desafiar las leyes de la física y de tránsito, lo cómico estaría también en que los transeúntes renunciaran a esta alternativa de transporte: oportunidad de llegar entre media y dos horas antes a su casa, para atender a sus quejumbrosos tobillos o por llegar no más.
         La cuestión es pagar cuatrocientos de más por tiempo. En ambición de tiempo no hay reparos. Mientras una buseta alimentadora del metro pasa cada veinte minutos, con posibilidad de estar repleta, hay caravanas de renault’s, de tres cuatro o cinco atravesando el trafico que pegado está del pavimento.
         Estos improvisan trayectos que a simple vista se veían intransitables, a velocidades eficientes para el propósito de las gentes que van, como almas de purgatorio, en espera de un lugar de confort.

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