Un diciembre su esposa
recibió en horas de la mañana la llamada de un desconocido. El desconocido le dijo
que el gris estaba hospitalizado y agregó que tenía la espalda y la cara algo
lastimadas, y colgó. Al llamar a su esposo le sintió la falta de aire, de vitalidad,
al no escucharle más de dos sílabas seguidas. Asustada y preguntando por detalles
insistió en que le certificara lo dicho
por el desconocido. Acorralado entre el requerimiento de su esposa y el
desaliento le dijo en descomunal esfuerzo "estoy en Obmoloy".
Para tener algo más de información de el gris su esposa accedió a llamar al desacomedido desconocido, mas este nada más aseguró saber del asunto. Inmediatamente, la esposa decidió enviar a Obmoloy a su hijo mayor para acompañarlo hasta que le diesen de alta. Mientras el hijo averiguaba los tiquetes de viaje y preparaba qué llevarle a su padre recibió una llamada de este, que ya con la voz más enérgica, le dijo que el doctor ya le daría de alta. Los dos hijos y su madre se tranquilizaron. Esperaron.
En pleno anochecer se abrió la puerta. No se sentían pasos, solo el tambalear del llavero. Apenas se prendió la luz de la sala se vio a el gris con un pie sin calcetín y con el jean empapado de sangre seca, casi crocante. De la misma manera estaba la camisa que era de un rosa claro. Gran parte de la cabeza, de la nuca y algo de la espalda, estaban ocultas bajo una especie de gomina formada por la sangre y la arena.
Veteado de carmesí oscuro estaba el gris. Y fue a acostarse. Su predominante nariz y debajo de la cien izquierda hasta la oreja estaban remendadas. Como moscas enterrándose en la suciedad se veían las coceduras.
Para tener algo más de información de el gris su esposa accedió a llamar al desacomedido desconocido, mas este nada más aseguró saber del asunto. Inmediatamente, la esposa decidió enviar a Obmoloy a su hijo mayor para acompañarlo hasta que le diesen de alta. Mientras el hijo averiguaba los tiquetes de viaje y preparaba qué llevarle a su padre recibió una llamada de este, que ya con la voz más enérgica, le dijo que el doctor ya le daría de alta. Los dos hijos y su madre se tranquilizaron. Esperaron.
En pleno anochecer se abrió la puerta. No se sentían pasos, solo el tambalear del llavero. Apenas se prendió la luz de la sala se vio a el gris con un pie sin calcetín y con el jean empapado de sangre seca, casi crocante. De la misma manera estaba la camisa que era de un rosa claro. Gran parte de la cabeza, de la nuca y algo de la espalda, estaban ocultas bajo una especie de gomina formada por la sangre y la arena.
Veteado de carmesí oscuro estaba el gris. Y fue a acostarse. Su predominante nariz y debajo de la cien izquierda hasta la oreja estaban remendadas. Como moscas enterrándose en la suciedad se veían las coceduras.
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