48. El gris

En ciento setenta y seis centímetros de cuerpo predomina a vista fácil una protuberancia facial en la que su tabique exalta como un ángulo despicado. A cada lado del nacimiento de dicha nariz hay un poblado de vellos negros con punta rojiza. Este se esparce por encima de los pómulos y logra junto con la mirada una apariencia que inspira respeto en cualquiera. A esta composición facial se suma, arriba de la inflexible mirada, un par de arrugas en tono siempre sonrosado. Más arriba, con génesis en uve, hay un corte de cabello tan clásico que da la impresión de ser el mismo desde siempre.
         Todo esto esta fijado en una cara que baja en rectángulo hasta alienarse con las fosas nasales, termina de descender en triángulo y remata en una barbilla de dos hemisferios. En el cuerpo nada resalta, ningún músculo ningún exceso de piel. El torso baja uniforme hasta las caderas. De ahí inician unas piernas que no son ni tan delgadas ni tan gruesas. Dan la impresión de estar siempre preparadas para caminar pero no para correr.
         Alejada de cualquier exceso está también la personalidad: ni lo suficiente engorrosa para ser falta de adeptos ni lo suficiente amena como para no inspirar un mal sentimiento en toda su existencia. Nunca está en desacuerdo con noción alguna mas nunca tiene la iniciativa suficiente para sobrellevar una idea hasta la última instancia.
         Nunca cuenta una historia que todo lo deje claro. Sus historias no son suficientes para concebirse un juicio sobre los protagonistas ni para lograrse una noción certera sobre la magnitud de los acontecimientos relatados. Tanto es así que a veces da la impresión de que todo es inventando o forzado a conveniencia. Nadie aún ha optado por catalogarlo de mentiroso pero nadie prescinde de dudar en él.

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