44. Una mascota

         Una noche mi hermano llegó a casa con la idea de tener una mascota. Desde la puerta de su habitación, tirando sobre la cama lo traído en los bolsillos, lanzó la idea no más, tanteando quizá, en mi mujer y en mí, alguna postura ante la moción. Esa noche ni dijo en qué clase de animal estaba pensando. Mi mujer se mostró esquiva, relumbró en ausencia de opinión.
         Nada volvió a decir hasta la noche siguiente en que, estando ya en la puerta de nuestra habitación, nos contó a mi mujer y a mí sobre una manada de perros nacidos hace trece días. Volvió a aparecer ausencia de opinión en medio de los tres. De perritos ñatos, agregó. Apareció otra vez el silencio, sintiéndosele afanado por escabullirse.
         No me atrevía a preguntar nada sobre las crías. Esperaba un gesto, una palabra, por parte de mi hermano o de mi mujer, que mostrara postura firme sobre el asunto y dejara predecir dificultades para nuestro triangulo hogareño.
         Nunca hemos tenido una mascota en casa, ni mi hermano y yo cuando vivíamos con nuestros padres. Mas nunca he bregado por que no resida con nosotros una mascota. Yo seguía en espera del
o no que más convincente se mostrara. Mas no me atrevía aún a militar en el .
         Pensaba en todo esto mientras mi hermano seguía recostado sobre el marco de la puerta, mirando al suelo. Había mucho qué considerar, cada uno debía estar pensando enérgicamente. Quizá, el unísono de los pensamientos lograba ese particular silencio.
         “Casi no se para, cojeando vino a jalonearme el pantalón”, balbuceó mi hermano. Inmediato silenció, mi mujer y yo reaccionamos con preguntas. Por qué estaba mirando perros, quién los cría, qué raza. Respondió todo y al final agregó que lo irían a sacrificar por cojo.

Comentarios

Publicar un comentario