42. Guineo y mandarinas

Entre más parsimoniosa era la lentitud con que picaba los guineos más fácil sería, para quien lo viera en el momento, ir entendiendo que esa es su esencia al estar en la cocina. A vista fácil se piensa de él que acciona con desánimo. Ha de entrarse en lenta contemplación para sentir el fino sigilo al manejar el cuchillo cogido desde el otro lado del filo; la tierna disposición del guineo en la torpe mano izquierda que permite, al ingresar el filo en la ya rocosa textura del plátano y al girar la hoja a manera de palanca hacia afuera de lo penetrado, al pedazo por arrancar despedir un crujido generado desde lo no alcanzado por el filo. La inmutable frecuencia del crujido lidera una banda sonora que caracteriza este matutino jueves. A esta melodía de la rutina se suma, en redoble, el golpe del pedazo de guineo al caer en la olla, y algunas veces el reclamo proveniente de la boca perteneciente al mismo cuerpo de la mano protagonista de la anterior acción “¡¿Y mandarinas?!”. La mano detenida a manera inversa de un impulso no reanuda hasta que la boca insiste “¿Y las mandarinas?”. La mano siguió y la boca volvió a actuar: “Tú eres una uvita, ¿cierto?”.
         -No. Pero en serio… ¿por qué no lleva mandarinas? ¡Le faltan le faltan!

***
Aproveche, una oportunidad solo para algunos. Se acaba y el automóvil se va.
         Es hora de ingresar la fruta pulpa al hogar. Dejemos el gas, dejemos el polvo.
         Aproveche, aproveche… Los tomates de árbol para el jugo, las manzanas penosas, de color del cielo cuando no es ni atardecer ni anochecer, las uvas para las señoritas, el maracuyá pesadito y gustoso.
Estamos en promoción. Se acaba... el automóvil se va.
         Ingresará la fruta pulpa a su casa.

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