40.El problema de la mancha


Ya no podía aguantar más la sensación del dedo quemándose mas no le venía a la cuadrada cabeza otro método para hacer desaparecer la tinta de la mesa. En cualquier momento podrían pasar cada una de aquellas hormiguitas, abundantes en cada piso, que todo supervisan con exactitud de robot, hasta el detalle más mínimo que sufriera la biblioteca. Arturo ya iba entendiendo la magnitud del asunto, por más que frotara el dedo contra la madera aquel manchón era extravagante.
Pasos de inmutable frecuencia se acercaban desde la profundidad de las estanterías de su izquierda. De la derecha, Arturo cogió un libro, que a pesar de lo gordote que era logró apoyarlos y abrirlo con suficiente cautela. Cuando el esqueleto animado que rondaba la biblioteca asomó su cabeza, miró fijamente al pequeño durante cinco segundos, hizo cara de aprobación y siguió en ronda de inspección. Arturo alzó los ojos, miro a los lados descargando el aire que retenía en los pulmones, cerró el libro y se montó el bolso al hombro. Apenas se superaba una primera etapa y Arturo se sintió liberado mas intentó borrar un poco la mancha. No consiguió aminorar.
            Arturo contaba con más suerte: el celador se cruzaba al otro extremo del edificio. Mirando entre los libros, esperó a que aquel sujeto desapareciera. Una vez sin problema a la vista salió al pasillo que hace de espina dorsal en la biblioteca y empezó a avanzar lentamente, con las rodillas flexionadas, casi de cuclillas. Estando a ocho metros de la entrada, esperó a que terminaran de verificar las maletas de quienes salían. Cuando el último en ser inspeccionado empezó a caminar, se acercó y, sí, dio la espalda con la maleta. Viendo de reojo, recibió la comprobación y siguió su camino. Su pecho empezaba a desanchar, sentía que terminaba.

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