33. Mierda

- Ahora sí. Creo, Eu, que estamos enredando el asunto. Te explico.
- Ahora sí: sírvalo. Sírvalo.
- Y remontemos, joven Eustaquio: ¡Cuando nacemos, ahí está la poesía!
- Calmado. Calmado. Tomemos.
- ¡Y no hay que escribir, hay que dejarse poseer de la paradoja; sin embargo tarde o temprano se acude a la pluma!
- Pásate esa otra botella.
-  ¡Hay que predicar y contradecirse!
-  Pásala.
-  Cuando todo ya supera al mismísimo cuerpo, ¿qué queda? ¿Qué?
- Te serviré un trago considerablemente. Tu condición no te deja ver.
- No queda qué superar si todo está ya (estalla) en la imaginación.
- Qué chiste más malo. Toma.
- Sin embar... sin embargo, todo está en sí mismo. En superarse infinidad de veces.
- Sin embargo, sin embargo... Vamos, vos sabes que no.
- Otro, otro trago. Te explico bien.
- Va. Rápido, rápido que regresan.
- Mira: o, o que me digan cómo es de poética la vida de Kafka.
-  A él se le ha dado todo en la imaginación, ¿ya qué falta? ¿A su vida qué le faltó?
- Es bastante grave.
- ¿Qué? ¿En qué sentido?
- Es grave saber que en un día cualquiera, de tránsito, sale la mejor poesía.
- ¡Ahí vienen!
- Y como veníamos diciendo: el asunto se reduce a que me quiten gigas en la navegación. No más web por este mes. Ese dinero se ha desaparecido.
- ¿Ah?
- ¿Y eso? Anto, Ya averiguaste qué se puede hacer?
- Eso fue que se las gastó todas.
- No. Las gigas se renovaron apenas hace tres días. Me están robando.
- Eso fue que se las gastó, y ni se dio cuenta.
- No, Eustaquio. No las usé.
- Qué falla. ¿Se te perdieron entonces?
- Otro robo más.

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