28. Dibujar para la (no) estabilidad

Son las dos y diecisiete minutos y siente que una bola vacía se le esparce en el centro del estomago. Él sabe: ha vuelto a fallar al elegir en la cuestión de almorzar o no almorzar antes de clase de dos: antes de clase no tiene suficiente hambre y esperar hasta las cuatro es una batalla por la concentración. Y esta vez, al haber optado por la batalla, la enfrenta dibujando.

Llena una hoja, la bola se le convierte en un vaho tibio, y trata de no detenerse. El vaho ruge, la concentración debe mantenerse, y el dibujo se extiende por la mesa. El calor le envía corrientes frías por las piernas, mas no es impedimento para seguir con la espalda de quien tiene al frente. Detiene el dibujo para mirar el reloj. ¡Olvidar el hambre! Las tres pe eme. Vuelve a la espalda pero hay gritos de pánico y mientras todos se asombran él roba un cuaderno. La profesora regresa al discurso, prevenida, mirándolo de reojo. Luego él mira a la profesora y esta se adelanta a terminar la clase.

De noche, con los brazos cruzados sirviendo apoyo para la cabeza, trata entenderse el estómago. Desde antes de comer, y ahora, que ha cenado una pechuga de pollo con arepa, siente el calor merodear por  el torso. El calor sale desde el apéndice, se entrelaza por la costilla izquierda, termina casi impalpable en un punto  medio de la panza, y hace que los brazos pierdan todo aliento. Ahora nace detrás del ombligo se extiende hacia las costillas y, provocando un traquido, se detiene en el esternón y desaparece en forma de punzada.

La única alternativa, después de tres tragos de leche y de conocer más su cuerpo, es dormirse. Ya quisiera que en casa pudiera dibujar por las paredes.

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