26. Lagartija

A un viejo que vende pornografía por el barrio R. una vez le escuchó por hora y media sin interrumpirle la infinidad de temas que gritó y susurró. El viejo no tardó en hacer que R. sintiera arrepentimiento de su cortesía.

El momento en que se desilusionó de la cortesía, el viejo le pedía atención a golpeándole en el tobillo con la punta del bastón. Mas R. seguía sin responder. Y el viejo volvía a repetir:

- "Siempre he separado de mí lo ramero", decidí poner, sin saber qué era ramero. Busqué en el diccionario y me envió la sugerencia de definición para "halcón ramero", y ahí fue cuando supe que esa palabra, halcón, mucho más bonita, era la que debía ir en vez de ramero.

R. como hipnotizado por las filas naranja en el baldosín del parque no alzaba la vista. El viejo se acercaba de a pocos gritándole cada vez en tono más bajo. R. se abrazaba las piernas flexionadas  y mantenía la vista al suelo.

En silencio ya, el viejo le lanzó a la cara una hoja doblada en cuatro. R. alcanzó a esquivarla y la dejó en el piso hasta que el viejo dobló en la esquina. La recogió y en casa vio que decía: 

“Yo me siento libre,
porque mi ciudad no se conoce;
si supieran mucho de mí, me asustaría.

La comodidad en el tercer mundo
es volver a renunciar en conocerse.
Contentarse todos con ser ripio de entre el mundo entero.

Y me siento cómodo
siendo uno más
en la soledad del anonimato.”

Es un fiasco, este viejo lagartija,  dijo R. al terminar de leer. “Está chiflado” se repitió cuando se puso de pie. “Válgale la virgen” susurró al salir del cuarto. “Yo pensaba que quien golpeaba en el techo eran las palomas”.

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