25. Saberse como un volver a volver a empezar

Desde el occidente un rayo de sol atraviesa el cielo dejando tonos naranja en las nubes, se divide en dos al chocar contra una torre y termina mostrando en las costillas de las montañas del oriente el movimiento de la sombra de la torre.
En la torre hay una princesa y quien a por su rescate va es R. Al veinteañero R. le falta dos kilómetros para llegar a los cimentos de la torre, le pesa el brazo izquierdo de lidiar con la espada y que la princesa no esté a la vista le asusta. Mientras sigue en marcha, esto que le asusta le hace recordar la aseveración a su princesa en la que juró poder ser guiado hasta el último cuchitril posible por los broncíneos destellos de su cabellera. Y ya, lo que R. no comprende es por qué se ha subordinado al ámbito de lo diurno. Ahora, el flojo de R. solo pretende que el sol apresure su marcha.
R. disminuye el paso y entiende la gravedad del compromiso apresurado. R. reconoce la mala administración de alientos: se ha gastado la mayoría podando con la espada las malezas del camino. R. va comprendiendo lo inmutables que son las montañas, los astros y el tiempo. R. va pensando ahora en las victimas de la palabrería prematura. -R. está perdiendo el orden de sus reflexiones; R. propende a ser inmune ante las moralejas-.
         R. asimila al fin que el fracaso cuando deja de ser fantasma circunda en formas burlonas: se repite a sí mismo: se presenta como el error frecuentado.
         Cuando el púber R. se despierta, creyéndose vidente quizá, se dice “hay que recalcar la mediocridad”, olvidando, y, también, sin nunca haber sabido, que el fracaso no da enseñanza a parte de hacerte saber como un volver a volver a empezar.

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Nota: Tómese este relato como el correspondiente a la fecha 02/02/2016. En dicha fecha han cortado el internet de casa y allí, en un Compaq con Windows XP y sin internet, ha quedado atrapado un relato que posiblemente publique cuando vuelva a tener internet en el PC o cuando consiga una USB, lo que pase de último.

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