20. ¿Dios con quién conversa? II: la paradoja de las máquinas

Voy por el pasaje la Bastilla y me impacta el alto nivel de concentración para conversar de los matutinos viejos tomachorro. Están repartidos por todo callejón. Unos escuchan de cuclillas alrededor de uno que asume el papel de juglar. Otras manaditas de matutinos viejos tomachorro se recuestan contra los muros y conversan de pies. Otras manaditas en las bancas, cada señor en pose ladeada, como barco en tormenta, intercalando nalga según el cansancio.
         El asunto que sorprende es que todos tienen la mirada inamovible, las rodillas flexionadas como tendón de gato, están atraídos por el locutor del turno, están sublimados por la historia, sintonizados al nivel del alcohol de la bebida.
         Y lo bueno, el hecho, lo que me impacta, lo que me sorprende, es el hábito como un escaso acontecimiento. Hábito tan completo (sazonado por la bebida, dignificado por la concentración con que lo realizan) que vitaliza al cuerpo más longevo. Hábito escaso entre quienes usan las máquinas de ahora.
         Aunque el impacto que causan los matutinos viejos tomachorro no termina acá. Ahora sugieren una reflexión en cuanto a estas máquinas de ahora. La verdad, esto de ser el dios de este microuniverso, es muy complicado. Redacto, pienso, existe esto, gracias a una máquina. Les lleva el mensaje, pero, más sorprendente que eso, lo ha adaptado para ustedes (y ¡me ha aprendido a interpretar!) Si no fuera por esas máquinas de ahora, ¿cómo nos comunicaríamos? ¿Le damos las gracias?
         Los de los viejitos no es en vano. Al final, el sentimiento que me causa es de nostalgia al notar lo prescindible que es  para la vida de esos matutinos viejos tomachorro las máquinas usamos. Es una ausencia de máquina garantizadora de buena comunicación. Qué buena ironía son estas máquinas que entorpecen la comunicación, y la vitalizan. Qué nostalgia hay.

Comentarios

  1. Ah, qué buena serie estás haciendo aquí. Espero el III, y el IV, y los que aparezcan.

    Un abrazo.

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