18. R. y la cena

Apenas llevaban la mitad del camino y R. ya iba cansado. Era la primera vez que su madre lo hacía caminar por ese barrio para llegar hasta casa. Era un barrio extraño y R. pensaba ya que ahí faltaba todo tipo de leyes: habían kioscos de ventas por fuera de la acera, niños poco mayores que R. pasaban conduciendo motos, las personas caminaban por la calle sin importarles el trafico que hacían acumular. “Espérate acá entro por algo con qué cenar", le dijo su mamá y R. esperó afuera mientras ella solucionaba adentro. Cuando volvió afuera, la pobre mamá vio el problemón en que se había metido su hijo.
         Casi rosándole la frente con el índice una vieja le alegaba a R. y este sostenía una sorprendente cara de tranquilidad. Su madre empezó a mirar a todos lados, esperando a que alguien le explicara lo que sucedía hasta que le dijeron que el niño voleó de la cola al gato de la señora que endemoniada seguía gritando.
         Hacía poco un perro le había mordió el pómulo izquierdo a R., esta vez tenía que actuar más rápido y decidió apartar al animal antes de que atacara. R. estaba convencido de que ese era el debido proceso para no volver a ser lastimado y no ponerse en nuevas situaciones difíciles que luego le reprochara su madre.
         De igual manera ningún problema se estaba evitando. La señora amenazaba con llamar a sus hijos para arreglar el tan delicado asunto. A tiempo la mamá de R. supo qué tipos de hijos tenían las señoras de ese barrio y arrastró al niño de la mano. Tuvieron que irse corriendo y, con todo pago en local, buscaron otra cena esa noche, ya no iba a ser los tres ovalitos de carne empalados que siempre pedirá R.

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