11. Tetillas


Íbamos a la tienda, dijimos. Pero dimos un recorrido más largo. A la mitad del camino nos encontrábamos en el parque. Papá se detuvo debajo de un árbol y remangó su camisa hasta sostenerla entre la cumbamba y el pecho. Enfocó la tetilla derecha y la apretó. No salió nada, ni se veía irritada. Como si nada, hacia la tienda seguimos.
         Un día papá estaba concentrado en la tetilla izquierda. La extirpaba en horizontal entre el pulgar y el índice, luego en vertical. Después presionaba más con los dos pulgares. Esta vez salían minitripas, como de plastilina blanca, desde la coronilla. Traté de disimular mas por varios segundos quedó mirándome. Al fin giró y siguió concentrado en su desesperación.
         Desde esa tarde no volví a verlo joder sus tetillas. Yo entré en una época en que al mover el brazo rosando el pectoral derecho, o al entrar en una camisa muy ceñida al cuerpo, sentía millares de punzadas que desaparecían dejando un calor por todo el musculo. Pasaba en cualquier momento y lo olvidaba fácil.
         No tardó el momento de atenderlas. Al quitarme el uniforme del colegio dedicaba un rato al cuerpo. Conocía partes o revisaba las ya conocidas. Quitaba las arenas de entre cuero de la cabeza o los nodos de lanas que se femaban bajo las uñas de los pies. Esta vez llegué a las tetillas y empecé a repararlas. Estaban un poco irritadas alrededor, al estirar la piel surgían minuciosas erupciones de lo que en la piel pulpa eran hoyitos. Cuando decidí presionar llegó mi papá. Me regañó por andar haciendo con mi cuerpo lo que veía que otros hacían con el suyo. Ahora, lo más probable es que empezará a pasar algo con mis tetillas, me aseguró, casi endemoniado.
         Juré desde entonces no volver a molestarlas.

Comentarios

  1. Parce, me sacaste un gesto de asco tan honesto... "minitripas, como de plastilina blanca", jueputa, que escalofrío tan repugnante. Eso, por supuesto, es un enhorabuena.

    ¡Feliz navidad!

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