1. A más ideas más fracaso


Imagino a alguien que todos los días se enfrenta a su fracaso. Pienso en alguien que sentado en la acera de un café mueve de ansias una pierna, se reclina hacia atrás mirando al techo y cuelga los brazos sosteniendo un lapicero. Que luego manosea una libreta muy manoseada en la que se condensan un montón de ideítas, que al rato mira un libro, o atiende a la música del fondo, con intención de sacarse frases que sirvan de arranque para algún relato y que, por último, nota que a más frases más se aleja de lo anhelado.
Imagino que raya la libreta e inmediato se inclina hacia adelante hasta dar con la frente en la mesa y que al volver a erguirse cree tener un reset en su sensibilidad. Sin embargo la señora que barre al frente sigue siendo la misma metódica, y el perro de mirada ladeada sigue siendo el mismo velón. Imagino que desespera más, que las manos pegajosas, las axilas calientes y la gastritis no lo dejan conciliar ameno el espacio. Imagino que empieza a idear un nuevo método, a buscar un nuevo espacio, a realizar un nuevo inventario con sus rancias ideítas. Imagino que está muy triste.
Quiero pensar, sin embargo, en alguien que no avasalla ante sus propias ideas. Lo seguiré viendo llevar de sitio en sitio notas como amuletos, libretas con entradas fechadas y jerarquizadas, cada vez más grasientas, cada vez más pesadas. Pienso, y me emociono, que toda su utilería lo burla cada final del día, incluso mientras duerme, y que en él solo logra pelechar un cariño extravagante por enfrentarse al habitual reto, al eterno fracaso.
Al fin, que no termine nada. No sea que le dé por escribir sobre mí y que yo sea el fracasado, yo que soy Dios.

Comentarios

  1. La dulce, la dulcísima tentación del fracaso. Bienvenido al reto, hermano. Habrá días terribles. Aprovéchelos.

    Y en buena hora por el cariño extravagante.

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  2. We lost our innocence. We lost.

    Un enjambre de palabras revolotea al borde de la fuente, en vaivén errático: bajan, suben al pico, caen de nuevo. W.

    We lost.

    Susurra la voz que provoca temblores. Un aire agudo, artificial, salido de una garganta entrenada, de la O perfecta de una boca afinada. Las letras dejan de brincar. Ahora están húmedas; un perro ha cagado encima. El mensaje se borra entre la digestión agria del animal.

    —Este es el mundo —respira cansada la anciana de la basura.

    Una pepenadora famélica, dedos tumefactos que escarban la torta hirviente de desechos y desdichos.

    —Este puto mundo.

    Se rasca la nariz con la mano mugrosa. Sus ojos, canicas muertas, buscan algo de valor. Nada. Hoy tampoco hay suerte. A lo lejos, los cuerpecillos mugrientos de los niños ruedan por la vereda. Juegan, ríen, inconscientes del futuro que aguarda. A ella le sube el asco por la tráquea. Su piel enferma contrasta con la suya, que terminará en bañeras sucias o en pasillos estériles de hospitales públicos. Ella no puede permitirse esos lujos.

    Cerca, cinco adolescentes preparan un festejo de primavera con mantel barato, papas y risas desechables. La vieja se acerca, buscando siquiera la sobra de la sobra. La miran con asco, jóvenes, ciegas, bendecidas por el azar. Una de ellas, sin palabras, deja caer media bolsa de papas en la suya.

    La vieja siente la vida volver. No sonríe, pero acelera el paso, escondiéndose tras una palmera. Con ansiedad desdichada, devora todo de un bocado.

    We lost...

    Un papel vuela desde la bolsa, danzando en el aire su derrota. La anciana lo mira con desprecio.

    We lost our innocence.

    Desaparece en el firmamento.

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    Respuestas
    1. Hola Pris. Qué ambiente, qué cadencia en la acción lenta. Y la sorpresa de tu escritura en una voz más exterior, no la conocía. Graciar por leer y escribir.

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