1. A más ideas más fracaso


Imagino a alguien que todos los días se enfrenta a su fracaso. Pienso en alguien que sentado en la acera de un café mueve de ansias una pierna, se reclina hacia atrás mirando al techo y cuelga los brazos sosteniendo un lapicero. Que luego manosea una libreta muy manoseada en la que se condensan un montón de ideítas, que al rato mira un libro, o atiende a la música del fondo, con intención de sacarse frases que sirvan de arranque para algún relato y que, por último, nota que a más frases más se aleja de lo anhelado.
Imagino que raya la libreta e inmediato se inclina hacia adelante hasta dar con la frente en la mesa y que al volver a erguirse cree tener un reset en su sensibilidad. Sin embargo la señora que barre al frente sigue siendo la misma metódica, y el perro de mirada ladeada sigue siendo el mismo velón. Imagino que desespera más, que las manos pegajosas, las axilas calientes y la gastritis no lo dejan conciliar ameno el espacio. Imagino que empieza a idear un nuevo método, a buscar un nuevo espacio, a realizar un nuevo inventario con sus rancias ideítas. Imagino que está muy triste.
Quiero pensar, sin embargo, en alguien que no avasalla ante sus propias ideas. Lo seguiré viendo llevar de sitio en sitio notas como amuletos, libretas con entradas fechadas y jerarquizadas, cada vez más grasientas, cada vez más pesadas. Pienso, y me emociono, que toda su utilería lo burla cada final del día, incluso mientras duerme, y que en él solo logra pelechar un cariño extravagante por enfrentarse al habitual reto, al eterno fracaso.
Al fin, que no termine nada. No sea que le dé por escribir sobre mí y que yo sea el fracasado, yo que soy Dios.

Comentarios

  1. La dulce, la dulcísima tentación del fracaso. Bienvenido al reto, hermano. Habrá días terribles. Aprovéchelos.

    Y en buena hora por el cariño extravagante.

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