9. R. y los compadecientes

Introducen a la iglesia tres funebreros, un hombre con una mujer a cada lado, que hacen de avanzadilla llevando un cofre de cenizas; los compadecientes detrás y más atrás R. junto a su mamacita. En esta misma alineación toman asiento y el párroco empieza con su saludo… todos de pie, y. de inmediato R en pie.
         Estar atento a lo que el párroco diga es el propósito de R. pero a los pocos segundos está hundido en pensamientos más inductivos que deductivos. Analiza las actitudes y gestos de los que sabe más allegados al difunto y trata de adivinar los intereses de quiénes ocupan las bancas más periféricas y mantienen la cara demasiado neutra: entre si son simples creyentes o si son simples morbosos los clasifica.
         Sin embargo, el párroco sigue ahí dando las órdenes y R., consciente, muy consciente, tanto que de manera automática seguía con el cuerpo juicioso. De pie. Se sienta. Remilgado, otra vez se pone de pie. Se hace una persignación muy malaganosa, casi a palmoteadas. Vocaliza bien en los salmos responsoriales.
         Ahora, sin descartar lo pensado al intentar pensar como piensan los dolientes, Erresito intenta entender algo de la interpretación de las lecturas y del intento de consuelo con que concluye el párroco. No entiende por qué la invitación a esperar el nacimiento de Jesús si el nace a cada año. No entiende por qué se dice que quien ha muerto goza de mejor vida ahora y que quienes quedaron abajo no pueden entristecer por él.  R. no entiende nada porque hay insinuación a estar alegres y a dejar cualquier asomo de lágrima sabiendo que a todos los ha congregado, en ese espacio, la partida de un ser querido.
          R. sigue acomodando todas estas ideas en diferentes órdenes y jerarquías mas no llega a ninguna conclusión.

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