6. Si ven solo por los ojos, son ciegos; y a mí nunca me verán

L., comenzó a comer una mandarina que ni es agria ni dulce y tiene más de seis gordísimas semillas por casco. Come porque está en modo Descanso. Durante tres horas estuvo corrigiendo la redacción de cinco artículos académicos luego de haber gastado seis en el boceto, de un olio quizá, de unas lentejas a las que se les asoma un cachito blancuzco.
         Parece, según da a entender un chat por voz, al terminar con la mandarina L., seguirá en el escritorio otras tres horas calificando los textos de un cursito que dicta en una biblioteca cercana, más tarde estará con su hijo de trece años y en la noche saldrá con una amiga que le presentará un chico.
         L., y ella es así, qué se le hace, a pesar de gastar tantas horas en las cosas a las que más tiempo les gasta en su vida, nunca ha mencionado palabra a sus prójimos sobre lo que pasa en su estudio y en su madejas mentales. No cree terminar conversando con personalidades excéntricas todos los días, ni que la naturaleza se le presenta, a ella, un amanecer un animal un vegetal, de formas extrañas. No quiere o no puede querer creer. Siempre, se dice, se piensa, atrapada en un enfoque subjetivista construido por sí misma al dejar adelantar al tiempo y quedarse atrás, sola, metida en mandarinas, en lagunas de lentejas… ¡Ni de tiempo ni de espacio ni de compañía. Sin nociones. Des-auto-matiz-án-do-s-e a sí misma por y en pro de lo otro!
         Ellas es L, de mañana crea y cree; de tarde está con su hijo, vuelve a creer; y de vez en cuando pretende que aparezca un pretendiente que no desaparezca cuando sepa de su hijo, y de sus veintiséis años. Hoy, en la noche, volverá a intentar creer.

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