13. Volvió a pasar


Se agotaban los ingenios para que el niño comiera. Ya se había intentado con las cucharadas-avioncitos. Se intentó también provocándolo en dialogo a decidir a qué miembro de la familia le otorgaría sus próximos bocados. Ya solo faltaba el soborno de ver al dinosaurio de voz empalagosa del T.V antes de recurrir al gancho de índice más pulgar para bloquear las fosas nasales, lograr que abriera la boca y echarle el resto de puré.
         Pero Matías tensionó la columna hacia atrás y se escabulló tieso de entre las piernas de su madre y empezó a arrastrarse hasta la entrada de la casa. Cuando intentó trepar contra la puerta se escuchó las últimas dos agónicas exhalaciones del motor y el ligero chillido del resorte de la pata en que se apoya el aparato seguido su raspón metálico contra el cemento.
         Quien llegaba era el papá de Matías y sabía de la cautela necesaria para no lastimar al niño estorbón del otro lado. Ingresó la llave, giró la muñeca en un golpe seco y empujó la puerta de a pocos, a la par del espacio que permitía el niño. Lo dejó salir hasta llegar a sus brazos, lo agarró, lo elevó y lo entronó al timón del la moto. Cuando consideró que ya era momento de entrar a casa sabía que lo convencería rápido dejándole las llaves para que las usara en la motico de juguete a la que habían hecho rajar en el centro del timón. Solución fácil contra un niño difícil.
         Aunque a Matías la idea del triciclo no lo convencía tanto como la de estar encima de la moto sintiendo el metal en sus muslos y zarandeándose, las llaves lograban ocuparlo el resto de la tarde para que su papá pudiera descansar y regresar en la noche al trabajo.

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